“Se habían subido a la buseta justo donde se
estacionan para cargar pasajeros, lo sé porque el último en montarse justo
cuando arrancó fui yo”
Para mí, ese
lunes 29 de abril del 2013, era uno de esos días en los que te levantas con muy
buen ánimo y jovialidad rebosante, donde hay algo dentro de ti que te dice
“este será un gran día campeón”. Al abrir los ojos en la madrugada, a causa del
sonido del despertador de mi celular, que me despierta con la canción de fondo
que siempre ponen en las películas de Rocky Balboa cuando pasan esas elipsis de
tiempo mientras entrena para sus peleas, fue el sentimiento del que me sentí
invadido.
Y
cuando llegue a clases a las 7:15 AM así fue, entregue todos los trabajos que
me correspondían ese día a mis profesores. Incluso coincidí en el centro de
copiado de la universidad (Copy Uam), con una chica que debo confesar llama un
poco mi atención, y allí durante el tedioso tiempo de espera para ser atendido (típico
de Copy Uam), nos pusimos al día con lo que hemos hecho, hicimos bromas y entre
risas esos minutos que suelen ser muy cansones se volvieron más agradables y
hasta divertidos.
Debido a que Copy Uam queda un piso más
arriba del boulevard, y a la gran cantidad de personas que se encontraban
delante de mi esperando su turno, salí un momento y me quedé a la puerta del
centro esperando mi turno desde afuera. Desde arriba logré observar un curioso concurso en el boulevard
de la universidad, donde los concursantes debían escribir el logo de los
marcadores Sharpie con unos marcadores gigantes de cartón que tenían unos
marcadores tamaño normal de la misma marca justo en la punta.
Poco después de las 11 y media de la mañana,
salí de mi clase de periodismo tres.
Cuando me aproximaba a la salida de la Universidad que da a la calle, divisé una buseta de la línea
bellavista, que iba saliendo con varios pasajeros con el fin de hacer la ruta
que tienen programada. Como soy del
tipo de persona que no le gusta esperar, no dudé ni un instante en hacerle
señas a ese chofer de piel oscura y un poco obeso de ese bus encava color
blanco con rayas rojas y amarillas para que me dejara subir. Ojalá yo, y los
demás estudiantes que abordamos esa unidad de transporte no nos hubiésemos subido,
pero si no lo hubiese hecho no tendría una historia para contarles.
No habían pasado ni cinco minutos después de
subirme cuando dos hombres, ambos de 20 a 25 años, uno de ellos de piel blanca, camisa
color beige, con gorra y zapatos color marrón, pelo corto y sin barba, armado
con un revolver calibre 38 un tanto oxidado. Y el otro, de piel un poco más
oscura, con una gorra azul, barba y cabello mucho más abundante que se podía notar
aunque usaba gorra, llevaba puesto un bue jean con unos zapatos azules y una
camisa cuyo color en este momento no logro recordar con exactitud, esperaban el
momento preciso para robarnos.
Se habían subido a la buseta justo donde se
estacionan para cargar pasajeros, lo sé porque el último en montarse justo
cuando arrancó fui yo. Sin mediar palabras, se levantaron de sus puestos y
gritaban “bueno señores, esto es un atraco, saquen celulares, carteras, dinero,
o si no les va a ir mal, bajen las cabezas o se las volamos de un tiro ¿¡ok!?”.
Al instante, todos en la buseta sacamos nuestras pertenencias.
Y para variar, justo después del primer
cruce, una muchacha delgada, de baja estatura y con cabello largo y rubio, sin
divisar lo que estaba ocurriendo hizo señas para detener el autobús, y el
delincuente le ordenó al chofer detenerse y obligó a subir a la chica
apuntándole con su arma de fuego.
Después de eso, me es difícil precisar la
hora exacta en que se dieron los acontecimientos posteriores. Luego de que la
desafortunada transeúnte fue subida a la buseta por la fuerza, el cómplice del
delincuente armado procedió a recoger los objetos de valor que llevábamos
consigo, al mismo tiempo el hombre armado le ordenó al chofer a cerrar todas
las puertas de la unidad colectiva.
Celulares, efectivo, iPods, cámaras, cadenas,
hasta incluso morrales y una laptop conformaban el botín que nos despojaron a
todos, mientras el hombre armado le arrebataba el dinero al chofer y al
colector, le ordenaba con su revolver por qué calles cruzar, con el fin de
poder evitar patrullas de policía y la mirada de algún transeúnte que pudiera
percatarse de sus acciones.
Como no es la primera vez que tengo
encuentros con hampones, traté de mantener la calma y hacer lo que decían sin
decirles una palabra. A medida de que el
cómplice nos arrebataba nuestras pertenencias a algunos pasajeros les decía “me
caíste bien”, a otros solo tomaba sus cosas sin decirle más nada, y a otros
como a mí, sin razón aparente les decía “me caíste mal”.
En otras ocasiones, que un hampón me dijera
esto en pleno atraco no me importaría para nada, pues sé que éstos solo buscan
intimidar a sus víctimas, y esta vez así fue, pero no sería hasta cerca del
final de estos minutos terroríficos que esa simple oración, compuestas de tres
palabras “me caíste mal” me causarían un verdadero terror.
El delincuente encargado de tomar nuestras
posesiones, les permitió a algunos pasajeros sacar sus cuadernos y libros de
sus morrales y carteras, otros como yo, no corrimos con esa suerte. Al mismo
tiempo, les preguntaban a algunos pasajeros a qué se dedicaban sus padres, para
ver si al terminar de robarnos, podrían hacerle a alguno de los que allí nos
encontrábamos un secuestro exprés.
El ladrón armado, se tornó más violento
cuando le ordenó al chofer dirigirse hacia el distribuidor La Cumaca, y una
pasajera le dijo que “no se dirigiera por allí porque allí había una alcabala”
y éste, en un tono tan alto como prepotente le respondió “¿Qué te pasa ridícula?
¿Crees que yo nací ayer? ¿¡Vas a enseñarme a mí cómo robar!? Tú lo que quieres
es que me agarren los pacos, yo soy de aquí de san diego ¡Bruta!”. Después de
esto, agredió a la pasajera con el mango de su revólver en la cabeza, al mismo
tiempo el chofer salió a la autopista con vía hacia Yagua.
El hombre del revólver, agredió a un joven
que se encontraba sentado en el asiento del copiloto de la misma manera en que
agredió a la mujer con la que cruzó palabras, pero esta vez lo hizo con más
crudeza y no paro hasta dejarlo ensangrentado. No vaciló en agredir a otra
joven a la que descubrieron ocultado un objeto de valor que no logré divisar.
Mientras su compañero de fechorías recogía los morrales y carteras que los
pasajeros arrojaron al suelo siguiendo sus instrucciones, a más de un pasajero golpeó
con manotazos en la cabeza entre los cuales me incluyo.
Luego de que el encargado de juntar nuestras
pertenencias me agrediera físicamente, me miro a los ojos con una mirada la
cual era una mezcla de rabia con prepotencia, se detuvo para recordarme que “yo le había caído mal”. Y
luego de hacerme este recordatorio, su cómplice me apuntó con su revólver y me
dirigió unas palabras “grita que eres marico que todos aquí lo oigan”, y
temiendo por mi vida lo hice sin dudarlo.
Muchas pasajeras lloraban por el miedo que
sentían, sobretodo la chica que se encontraba sentada a mi lado, y ambos hampones
le dijeron a ella y a las demás pasajeras en un tono tan calmado como
perturbado “mi amor es mejor que dejes de llorar porque si no yo a ti te hago
llorar con ganas ¿ok?”. Luego, a varios pasajeros pero no a todos, sin importar
si eran hombres o mujeres les quitaron sus zapatos.
Mientras los minutos que a la vez parecían ser
una eternidad corrían, y el autobús continuaba su camino por la autopista en
sentido hacia yagua, uno de ellos llamó por teléfono a otro cómplice para que
los fuera a buscar en algún punto de la autopista, durante minutos intentó
llamarlo, pero al parecer éste no le contestó sino luego de varios intentos después,
y tras una breve conversación telefónica para acordar el punto de encuentro, el
hampón desarmado colgó la llamada.
Si bien,
se acerca el momento en que los hampones se bajan de la unidad colectiva, ésta
es la parte de la historia donde esa oración con dos monosílabos y un trisílabo
“me caíste mal”, comenzó a infundirme un verdadero terror. Después de que el
chofer, por órdenes del antisocial armado diese la vuelta en sentido hacia
Naguanagua en el Distribuidor de Yagua, su compañero se quejó con su compinche e
intercambiaron varias palabras.
“Que ladilla pana ¿porque esta gente no
colabora con uno vale?, ¡¡siempre tienes que ir y volarle el coco a algún
güevón para que agarren mínimo!!”. El otro delincuente, le dijo que “deberíamos
matar a uno aquí mismo para que agarren mínimo de una ¿Cuál es el que tu
dijiste que te cayó mal?”, el ladrón desarmado no demoró ni medio segundo en
señalarme “Es ese de allí el del azul, el que esta callado sin decir nada, este
tiene pinta de que se va a morir”.
Al antisocial desarmado, me sujetó del pelo y
me agredió con varios manotazos en la cabeza, mientras su compinche me apuntaba
con su arma de fuego justo hacia la sien, ambos me ordenaron quitarme los
zapatos. Muchas de las mujeres presentes se estaban asustando aún más, y les
costaba más trabajo disimular el llanto que desde hace rato intentaban contener.
El hombre armado de un solo grito me pidió que me acostara en el piso boca
abajo, acción que llevé a cabo sin titubeos.
Al
mismo tiempo, amenazaron de nuevo con “hacer llorar con ganas a las que sigan
llorando” y les decían que “No tengan miedo, eso de matar a nadie no tiene nada”.
Una vez, ya en el suelo, recostado boca abajo con mis manos en la nuca en el
frio suelo de la unidad colectiva, recubierto de un cuero color negro y una
lámina de aluminio justo en el medio del pasillo, donde podía detallar un poco
la suciedad que se encontraba sobre el mismo, el hombre desarmado me forzó
nuevamente a decir en voz alta “cántame la que te dije hace rato, di que eres
marico”, y al igual que en las otras ocasiones yo acepte sin titubear.
En este punto de la historia, no les sería
difícil saber en qué pensaba. De hecho, debo confesarles que desde el momento
en que el hampón desarmado me señalo a mí cuando tuvo esa conversación a voz
populi con su socio, inmediatamente empezé a tener muchos pensamientos y
sentimientos encontrados.
“¿Esto
es todo?, si de verdad me matan no les daré el gusto de verme rogándoles por mi
vida, prefiero aceptar la muerte con dignidad que arrastrarme ante estas
basuras, quizás solo quieren asustarme y ya. ¿En serio moriré acostado en el
piso de una buseta con un disparo de ejecución en la cabeza?, ¿Acabaré como una
estadística?, ¿Será rápido o agonizaré?, por Dios si me matan hoy al menos
déjame morir sin dolor, mi Mamá, mi Hermana, mis Tías y mi Abuela no lo tomarían
muy bien, y menos aún Nina (mi sobrina de tres años), mejor que esto acabe como
Dios quiera y ya, si hoy me toca hoy, estoy
listo para morir, sino seguiré adelante y ya”. Esas, y muchas ideas más
cruzaron por mi mente en esos instantes.
Sin embargo, mientras continuaba recostado en
el suelo, los hampones le hicieron decir a otro pasajero las mismas palabras
que me obligaron a decir a mí,
llegó un momento en que la
mente se me puso en blanco, y de un momento el ladrón que no utilizaba en el
arma me dijo con tono prepotente “¿sabes que maricón? mejor siéntate”. Si solo
querían darle un susto a mí y a los demás pasajeros, o si decidieron que podría
ser muy problemático para ellos matarme luego de cometer su robo realmente
nunca me quedará claro. En ese momento me sentí más agradecido que nunca de
seguir vivo.
Luego de esto, el ladrón armado nos gritó,
que “¡esto pasa cuando no colaboran!”. Le ordenó al chofer detenerse, no muy lejos
de la salida hacia La Cumaca. Antes de irse, disparo su revolver contra el
parabrisas derecho de la buseta lo cual infundio mucho terror entre todos los
presentes. Se bajaron de la unidad colectiva en plena autopista y se perdieron
entre la maleza con todo el botín en manos.
Enseguida las mujeres que luchaban por
contener el llanto no vacilaron el soltarlo e incluso hasta de gritar y
expresar su rabia, gran parte de los presentes entre los que me incluyo le
pedimos al chofer que regresara a la universidad. Una chica que se encontraba
en otro puesto me dijo “chamo pensé que te matarían”.
Otra estudiante, que al parecer era Cristiana
o Testigo de Jehová, dijo que “le daba gracias a Dios por salir viva de esta a
todas voces”, algunas pasajeras se las lograron arreglar para esconder sus
celulares de los delincuentes, entre llantos y alegría de haber sobrevivido a
tal fatídica experiencia, esperaban para poder salir de la unidad de transporte
la cual se había tornado muy asfixiante.
Finalmente, llegamos a la universidad, a los dos
estudiantes que hirieron a golpes en la cabeza, fueron llevados inmediatamente
a la clínica de la universidad para ser tratados y revisados. Una vez, ya de
vuelta en la universidad, sin dinero, ni bolso, ni celular, ni libretas e
incluso sin zapatos, solo hice lo que cualquiera haría en mi lugar, ver la hora
solo para darme cuenta que esos minutos tan terroríficos como eternos solo
resultaron ser más o menos 30 minutos. Y por último pero no menos importante,
llamar a mi Mamá para que me viniera a buscar y poder dejar atrás este mal episodio
en la comodidad de mi casa, lo demás es otra historia.
Lo más triste del caso, es que historias como
ésta, se viven a diario en todo el territorio nacional y no en todas se corre
con la suerte de que los hampones no asesinen a sus víctimas, incluso si no es
en un autobús o una buseta, es en la calle o en el carro de cualquier Venezolano,
e incluso en su propia vivienda. La inseguridad es un problema que nos aqueja a
todos. No distingue credo, posición política ni social.
Espero que esta historia sirva para que
quienes ostentan el poder en estos momentos, se avoquen a resolver este
problema de una vez por todas, debido a que quizás, el día de mañana, el hampa
pueda tocar a la puerta de sus vidas o de las personas que más les importan,
recuerden que el hampón no distingue a quien le roba, solo le importa quitarte
lo que lleves en tus bolsillos.
Oleg Kostko - Twitter: @OLeg_RULES (3ºdo lugar en la categoria intermedia del Concurso de Crónicas Periodísticas)
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